POSTERGADO - DANIEL COLLAZOS BERMÚDEZ Y WILLY DEL POZO

12:00 a.m.


Hace unos días el escritor peruano y actual presidente de la Cámara Peruana del Libro, Willy Del Pozo, me llamó por teléfono para invitarme a escribir un relato en conjunto. El cuento debía ser una ficción de los tiempos que estamos viviendo. Aquí encontrarán el resultado de nuestro trabajo. Espero que lo disfruten.

POSTERGADO
Por Daniel Collazos Bermúdez y Willy Del Pozo

I

Mi vuelo a Lima se ha retrasado. Nos han advertido que a lo mejor lo cancelan. La situación se ha complicado tanto en mi país como en España. Van a cerrar las fronteras. Y justo hoy que era mi viaje. Varios pasajeros reclaman airadamente, algunos quieren que les posterguen el vuelo y regresar a sus casas, pero quienes solo hemos venido por placer a Madrid queremos que esto se normalice para volver cuanto antes al Perú. En mi caso en particular, solo tengo dinero para aguantar un par de días. No más.
Vine por una semana sin pensar que los problemas en China se extenderían tan de prisa por Europa. Ahora, con la duda carcomiéndome las entrañas, no atino más que a pensar en que si uno de nuestros compañeros de viaje está con el mal, lo llevaremos sí o sí a nuestro país de origen.
Me repito mentalmente que debo ser paciente, debo conservar la calma, pero la ansiedad hace su trabajo con disciplina. Recorro las tiendas del duty free en busca de distracción. Veo en los expendedores los paquetes de cigarrillos y quiero comprar uno o quizá todos. Me acerco y me alejo abriendo y cerrando los puños; metiendo las manos en los bolsillos y sacándolas de nuevo. Al final me aproximo a la caja y compro unos chocolates. No tiene sentido comprar tabaco. Nadie me dejará fumar.
Salgo de la tienda y continúo mi caminata por el pasillo. Me pesa la mochila que cargo y los tirantes estrangulan mis hombros. Necesito sentarme un rato para descansar. Entre las butacas encuentro un espacio vacío. Lo ocupo adelantándome a un mochilero con pinta de reguetonero. A mi lado se encuentra una señora muy pulcra y atractiva que viste un saco de terciopelo y se cubre la boca con una chalina. Debe estar tan nerviosa por el COVID-19 como yo. De pronto, tose con fuerza e insistencia.
Lo más probable es que tenga al virus metido en el cuerpo, ojalá no le permitan subir al avión. Ojalá se ponga mal en este instante y la lleven directo al hospital. Veo a la gente y en apariencia está tranquila, no sienten o piensan igual que yo, o les da igual. Son unos inconscientes suicidas.
Pasan los minutos y todo sigue como en una congeladora. Si nos mandan para la ciudad, espero que nos den alojamiento, pero si esto se prolonga tendré que pedir mi retorno a través de la embajada y entonces se complicará más para mí. Si se enteran o intuyen algo sobre mi permanencia en España. O tienen fichada a la Reme.
No debí haber aceptado la invitación de Remedios, si al final incluso no llegamos a buen puerto.
No soporto más a la señora que tose a mi lado. Me pongo de pie y me alejo. ¿Cómo se le ocurre viajar si está con evidentes síntomas? Puede que por su culpa todos nos infectemos en un santiamén.
Hay un tumulto que rodea la pantalla digital donde los vuelos están siendo postergados. Hay gente que se aparta desilusionada, otros rezan frente a ella como si estuvieran ante un Cristo crucificado. Un hombre tose entre ellos y todos se apartan al unísono. Camino en sentido contrario y cojo el móvil para llamar a Remedios. Ya no puedo estar más aquí. La gente grita alterada y no oigo lo que ella responde por el auricular. Varios agentes de seguridad cruzan corriendo a mi lado.
Por fin me contesta. “Reme, tengo un problema. Mi vuelo a Lima se va a cancelar. Necesito regresar a tu piso. Allí te explico mejor”. Parece que no le ha hecho ninguna gracia saber que voy a volver donde ella.
Admito que no he tenido otra alternativa más que llamarla, no conozco a nadie en este país, ni tengo el dinero necesario para sostenerme más de dos días. La propuesta que me hizo Reme, en cuanto me instalé en su casa, escapaba a mis principios, a mi ética. Qué se creyó, ¿que iba a atracar, que iba a someterme por unos cuantos fajos de euros? ¡Ni cagando!
Con algunos inconvenientes, por fin he llegado al piso de Remedios. El viaje en metro ha sido agotador y calamitoso. La situación en el aeropuerto me ha hecho pensar que la mayoría de los madrileños está infectada. Al menos dentro del departamento correré menos riesgo de contagiarme, pero tendré que afrontar los dictámenes de Reme, y eso me tiene sobrecogido. No quiero hacer lo que me sugirió. Quiero volver a casa, pero si lo hago, me juego la vida.
Toco el timbre. Pienso en qué haría Siuffard Viale, el amigo a través del cual la conocí, si tuviera que afrontar esta situación. Antes de encontrar una respuesta, Remedios abre la puerta. Está con el rostro adusto, las cejas sin depilar, lleva una ligera camiseta y quizá nada debajo. ¿Cómo resolveré los próximos días encerrado con esta mujer?
Entro al departamento y cuando ella intenta besarme, la saludo a distancia. Mi excusa es el coronavirus. Le digo que estuve en la calle y que prefiero tomar una ducha cuanto antes. Ni siquiera dejo mi mochila a un lado, solo camino rápido hacia el baño. Cierro la puerta con llave, cojo el móvil y les escribo por WhatsApp a mis padres. Les digo que no volveré a Lima hasta que pase este lío del COVID-19. No responden.

II
—Hola, Paco, acabo de hablar con Miguel Ángel. Va a regresar al piso, parece que le han cancelado el vuelo.
—Joder, eso no estaba en nuestros planes. ¿Y ahora qué coño propones?
—Pues, ya lo conoces, cuando se lo ofrecimos no aceptó. No creo que haya cambiado de parecer.
—Ahora es distinto, mujer, no tiene un duro, no sabe cuánto tiempo más estará en tu piso. Está en nuestras manos. Hay que hilar fino. Al final aceptará. Deja que coordine con los colegas, les diré que ya tenemos listo a nuestro cabeza de turco. Él aceptará. Es un buen negocio, al fin y al cabo.

III
Salgo de la ducha y, más calmado, converso con Remedios. Ella insiste en su propuesta, explicando al detalle los pro y contra. Yo me niego, pero luego me invita unos tragos y poco a poco me voy relajando. No sé en qué momento pierdo el conocimiento. Y al despertar, después de no sé cuánto tiempo, estoy volando en fiebre, empiezo a toser y siento dificultad para respirar. Estoy en un cuarto aséptico, al parecer un cuarto de hospital, con dos enfermeras que van de un lado a otro y un médico sosteniendo una jeringa en la mano.
—Ya despertó —dice una de las enfermeras.
El médico asiente y se acerca con la jeringa.
—Esta es la segunda dosis —me informa—, la primera, al parecer, no ha dado el resultado que esperábamos. Relájate, solo será otro pinchazo; después de todo, tú mismo te has ofrecido para esto, ¿no? Eso es lo que me dijo Remedios.
Quiero moverme, saltar de la cama y huir, pero no puedo. Creo que es mi fin, lo más probable es que el antídoto para contrarrestar el virus no exista.

Surco/San Borja, 23 de marzo de 2020

Gracias por leernos.
Hasta la próxima

Daniel Collazos Bermúdez
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