Fuera de la cancha
4:31 p.m.
No me gusta el fútbol, reconozco el nombre de algunos
equipos locales o extranjeros y apellidos de pocos jugadores, gracias a los segmentos
deportivos que los noticieros nocturnos. Veo esos espacios de TV, interesado en
que se terminen para continuar con el programa que me interesa, como muchos hacen
con las tandas comerciales.
Quizá por las pocas veces que he visto los 90 minutos de un partido de fútbol, nunca he sentido las ganas de jugar fútbol. De niño, jamás sentí interés de vestir la piel imaginaria de Pelé, Maradona o Cubillas. Probablemente tampoco he tenido ganas de perseguir una pelota y clavarla en un arco, porque desde niño fui muy mal delantero e incluso defensa. Las pocas veces que participé de un partido de fútbol, fue de arquero y lo hacía bien, porque frenaba involuntariamente todas las pelotas con la cara. El dolor fue un factor decisivo para no seguir jugando.
Quizá por las pocas veces que he visto los 90 minutos de un partido de fútbol, nunca he sentido las ganas de jugar fútbol. De niño, jamás sentí interés de vestir la piel imaginaria de Pelé, Maradona o Cubillas. Probablemente tampoco he tenido ganas de perseguir una pelota y clavarla en un arco, porque desde niño fui muy mal delantero e incluso defensa. Las pocas veces que participé de un partido de fútbol, fue de arquero y lo hacía bien, porque frenaba involuntariamente todas las pelotas con la cara. El dolor fue un factor decisivo para no seguir jugando.
Durante los noventas, en mi época escolar, fui muchas veces etiquetado
como “maricón”, por no gustar de ese que llaman “Deporte Rey”. Tiempo después,
fuera de las aulas, he pasado incomodos momentos en taxis, evadiendo conversaciones
futboleras propuestas por un chofer.
Finalmente, nunca me interesó ver a Perú en un mundial. No
salí a las calles a celebrar cuando clasificamos. En realidad, esa noche manejaba
mi auto por una calle Miraflorina, con la única intención de llegar a mi cama y
descansar. La tarea se hizo difícil, porque las calles estaban infestadas de personas
celebrando, sosteniendo banderas peruanas y botellas de cerveza. Todos eran
felices, incluso los que golpearon mi auto con las palmas de las manos,
esperando que les respondiera con una sonrisa y un bocinazo que emulara ese
tipo de tonadas que se hacen en los estadios. Aquellos chicos no deben entender
hasta la fecha, por qué los mire de mala gana.
A pesar de todo lo descrito, quiero confesarte antes que
pierdas la fe en mí, que me detestes o que me digas antipatriota (como me dijo
una cajera de un banco, cuando le dije que no sabía cuándo era el próximo
partido de Perú para clasificar), que hoy si me interesa el mundial. No pienses
que es porque he comprado mi álbum y ya estoy a punto de llenarlo de figuritas.
En realidad fue gracias a un libro.
Hace un tiempo conseguí “La pena máxima”, libro de Santiago
Roncagliolo. Nunca había leído nada de ese autor y no sé por qué lo compré,
sabiendo que la trama giraba alrededor del Mundial de 1978. La novela, me ha generado
un interés en el fútbol, no como deporte, sino como fenómeno social. Al comparar esta ficción, basada en hechos
reales, con los días que vamos viviendo; he descubierto que las generaciones cambian,
pero no el comportamiento ante este deporte y los hechos que ocurren fuera de
la cancha. Cuando se trata de fútbol, a pocos
le importan temas políticos, criminales o incluso peligros terroristas que puedan
afectar sus vidas. Lo peor para la población, es que los gobiernos lo saben y
es ahí donde ejecutan planes.
Un partido del mundial es el mejor momento para cometer un
crimen, porque nadie lo ve, ha dicho alguna vez el escritor. Estoy de acuerdo
con él.
Sé que puede leerse conspiranoico, pero creo que basta con prestar
atención a lo que sucede en nuestro entorno. Cualquier hecho de nuestra
realidad política pasa a segundo plano cuando ocurre algo referente al Mundial.
Me parece interesante, pero al mismo tiempo me atemoriza pensar en lo que puede
suceder con un país concentrado en una pelota y distraído de su entorno.
“La pena máxima” es un thriller, pero no pienses que vas a sumergirte
en constantes páginas angustiantes. A mi gusto, el ritmo está muy bien logrado
y propone un buen balance entre suspenso, humor y reflexión. Por ejemplo, uno de los capítulos me
arrancó una carcajada. Se sitúa en una manifestación política que genera embotellamiento
vehicular, donde los choferes claman por llegar a sus casas para ver el fútbol.
Uno de ellos grita: “¡Yo no quiero democracia, carajo! ¡Yo quiero ver el
Mundial!”
El libro me ha parecido estupendo y pienso que puede ser muy
educativo. Me gustaría que, con la excusa del Mundial 2018 en el que estamos
participando, los colegios les dieran este material a los alumnos. Si las
nuevas generaciones conocieran la historia cercana de su país, serían más
cuidadosos de no volver a cometer los mismos errores. Tendrían herramientas
para defenderse de intereses, que tratan de manipularnos cada día más.
Antes de despedirme, quisiera decirte que si gustas del
fútbol, no tomes mis palabras como un enfrentamiento o un gesto de odio, solo
he querido regalarte un poquito de mi vida y de mis reflexiones. Espero que
sigas divirtiéndote viendo los partidos de fútbol y que, si te hace feliz, veas
al equipo peruano llegar tan alto como sea posible. Solo no dejes que te
distraigan de temas que pueden afectarte en el futuro.
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