El placer del aburrimiento

7:06 p.m.



No quiero estar aburrido jamás, pensé tantas veces en mi niñez.

En la década de 1980 recuerdo que la televisión ofrecía solo 5 canales. Las opciones de entretenimiento eran tan limitadas que un niño nacido en el nuevo milenio catalogaría como la edad de piedra o la época medieval. (A veces lo cuento a las personas que nacieron durante los noventas y me miran extrañados) Durante esos años, al salir del nido mi madre me llevaba a casa y me sentaba frente al televisor. El aparato más preciado de la casa y el centro de batallas con mi hermana. La lucha siempre se desarrollaba por su posesión. Ni si quiera puedo hablar del control, ya que en esa época de mi vida ni siquiera imaginaba poder cambiar de canal con un aparato a distancia.

Los dibujos animados eran el platillo principal de mis ojos hambrientos y mi cerebro alucinaba con historias de dibujitos inocentes de corta duración. A mediodía, aun con apetito de soñar con los dibujos animados, se acababa la magia y empezaba el apocalipsis de los programas para niños con el sermón del hermano Pablo, continuando con Teresa Ocampo y sus clases de cocina. Era un momento nefasto. Un sentimiento de orfandad de entretenimiento aniquilaba mi espíritu. Los programas infantiles regresaban a las 4 de la tarde y el tiempo se sentía infinito.

Durante aquellas horas donde me acompañaba el aburrimiento, empezaba quejándome con mi mamá de que no tenía nada que hacer, luego que ella (mientras cocinaba el almuerzo) me ignorara o me dijera que buscara algo que hacer, tomaba mis muñecos (figuras de acción, como se dice hoy en día) y a falta de castillos o tanques de plástico para escenificar mis propias historias, idealizaba estructuras elaboradas construidas con cojines o almohadas. El aburrimiento se esfumaba.

Cuando tuve doce años aproximadamente, no me gustaba mucho salir a jugar al parque a pesar de tenerlo frente a mi casa. No conocía a los niños de mi barrio y tampoco sentía mucho interés de hacerlo. Al estar aburrido, recurría al televisor, sin embargo a veces se hacía imposible entretenerse con el aparato, ya que las opciones seguían siendo limitadas (el servicio de cable estaba lejos de mi conocimiento) y en casa teníamos un solo televisor el cual no estaba sujeto a ninguna disputa cuando los sábados mi padre lo prendía para ver el deprimente programa concurso de Augusto Ferrando.

En esas horas de aburrimiento empecé a leer un libro de la serie multiaventura que me prestó un primo. El título del libro era Viajeros en el Tiempo y su novedad estaba en que al finalizar cada capítulo, el lector debía escoger entre tres opciones que lo llevaban a páginas diversas donde se desarrollaba la historia según la decisión tomada. Odié el libro. Siempre tomaba decisiones poco favorables para los protagonistas. Motivado por mi insatisfacción y lo mucho que me aburría leer y no ganar, empecé a escribir mi propia historia, la cual menciono en uno de los cuentos de mi libro Necrópolis.


A los 14 años creo que tuve mi última crisis extrema de aburrimiento. Mis compañeros de clase del colegio iban a los quinceañeros a los que no me invitaban y las noches de fin de semana eran súper aburridas. En mi casa creo que ya había dos televisores, también ocupados y por supuesto no había ninguna computadora. Al encontrarme en esta posición desfavorable para mi entretenimiento, se me ocurrió apoderarme de la radio de mi casa. Adquirí la manía de sentarme en un mueble de la sala de mi casa a oscuras. Escuchaba las canciones que programara radio Miraflores y aprendí a disfrutar del rock alternativo de la época, mientras me inventaba historias acordes a cada tonada.

Extraño mucho aquellos días de aburrimiento. Me llevaron a hacer tantas cosas que quisiera repetir ahora en mi vida adulta. No lo había notado hasta hace algunos día, pero actualmente he tratado de aniquilar mi aburrimiento en cada pantalla que se me ha puesto en frente. Si no es el televisor con sus infinitas propuestas en el cable, es el servicio de streaming de Netflix, la computadora o el teléfono celular con sus infinitas publicaciones de Facebook. Me he dado cuenta que tengo miedo a aburrirme y eso para mí es pésimo. El aburrimiento ha hecho tanto por mí y no lo he sabido reconocer. Aburrirme me ha abierto posibilidades creativas en un sin número de oportunidades. Me ha ayudado a crear.

Espero no haberte aburrido con este breve relato hoy y que si es así, no te dejes llevar por el impulso. No busques la próxima página web que lleve el vacío del entretenimiento, busca otra forma de pasar el tiempo y date la oportunidad de sorprenderte. Tu creatividad está esperando ese momento aburrido para contarte como será tu próximo proyecto.

Gracias por acompañarme hoy. Nos vemos pronto.


Daniel Collazos Bermúdez
www.danielcollazosbermudez.com

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3 comentarios

  1. Esos libros multiaventura eran espectaculares! Me encantó tu enfoque ante el aburrimiento! Más padres deberían tomarlo en cuenta para desarrollar la creatividad de sus hijos y más bien temerle a verlos tan expuestos a la tecnología!

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    1. Gracias, Ana. Me da muchísimo gusto que te haya gustado este post.

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